¿Sabías que Mozart emitía vocalizaciones desagradables y maldecía mientras tocaba el piano?
La peculiar conducta de Wolfgang Amadeus Mozart ha sido un debate continuo sobre si se debía a un agravamiento progresivo de su compleja personalidad como reflejo de la gran presión social que recibía por su genialidad y talento extraordinario, o si se trataba de un trastorno neuroconductual tipo síndrome de Gilles de la Tourette.
Las principales características de este trastorno neuropsiquiátrico son la presencia de movimientos repetitivos (tics motores) o emisión de sonidos fluctuantes e involuntarios, que pueden suprimirse durante cierto tiempo. Inicialmente son simples, van complejizándose como parte de su evolución y añadiendo otros elementos como la coprolalia (expresión de palabras obscenas e inapropiadas) y copropraxia (realización de movimientos y gestos inapropiados socialmente). Es frecuente su asociación con trastorno hiperactivo con déficit de atención (THDA), trastorno obsesivo compulsivo (TOC), ansiedad, depresión y conducta oposicionista-desafiante.
Durante su infancia, presentó cuadros frecuentes de faringoamigdalitis y abscesos dentarios. A los 6 años presenta un episodio de fiebre intensa asociado a nódulos dolorosos en ambas codos, glúteos y piernas, que fue diagnosticado como fiebre reumática. A los 10 años presenta otro brote con dolor e inflamación articular marcada en ambas rodillas y tobillos. Debido a la viruela se quedó ciego (temporalmente) y sordo. Posteriormente tiene un daño renal glomerular probablemente secundario a un estreptococo betahemolítico que lo llevó a un estado de insuficiencia renal crónica, falleciendo a los 35 años en la ciudad de New York. Estos elementos han llevado a la conclusión de que una infección estreptocócica probablemente produjo un trastorno neuropsiquiátrico autoinmune pediátrico asociados con estreptococos (PANDA, por sus siglas en inglés), siendo la afectación de los ganglios basales del cerebro la causa del síndrome de Tourette.
Aunque no ha sido posible asegurar este diagnóstico existen elementos muy sugestivos como son su carácter impaciente y sus frustraciones continuas, así como su obsesión por los relojes y los juegos de palabras, particularmente los de contenido obsceno. Mientras componía música aparecían muecas involuntarias asociado a un lenguaje ininteligible. Siempre estaba manipulando objetos con la mano, caminaba de un lado a otros de las habitaciones siendo incapaz de permanecer quieto (hiperactivo) y le gustaba meterse grandes porciones de servilletas en la nariz mientras comía. Era un apasionado de los juegos de azar como el billar y las cartas, en los que perdía sumas considerables de dinero.
En los primeros testimonios de su infancia lo describen como un monstruo de feria, debido a que en su constitución física presentaba baja estatura (1,52 metros) y otras dismorfias como la nariz grande, la barbilla retraída y la oreja izquierda deformada (grande y plana con el orificio del conducto auditivo en forma de hendidura).
Su vida social fue caótica con enfrentamientos sarcásticos con el clero y con otros músicos debido a su personalidad excéntrica, carente de autocontrol e impredecible, matizada con un excesivo humor satírico e hipomaniaco. A pesar de que su esposa destruyó muchos de sus manuscritos para que no se diseminaran el lenguaje escatológico y las conductas inadecuadas del pianista, en la actualidad se conservan 371 cartas. En 39 de ellas se observan rasgos de coprografía (escritura involuntaria con contenido vulgar, especialmente sobre defecación y sexual). El legado inmortal de su catálogo musical cuenta con 620 obras, dentro de las cuales se refleja su tendencia bromista, como es proponer cuatro veces el final de una pieza o reinicia la música al estar finalizando durante un breve periodo para luego terminarla definitivamente.
Su estado de ánimo era tan fluctuante como su forma distintiva de vestir con colores vivos y accesorios exuberantes. Presentaba periodos de enorme tristeza mezclados con ansiedad, evidenciado en su último memorándum donde refiere que: …he llegado al final antes de haber disfrutado de mi talento… A esto se añade, los rasgos obsesivos sobre todo con su esposa, refería que sentía un miedo excesivo cuando ella salía de la casa o su exigencia meticulosa de que solo se bañara en días alternos, por una hora y únicamente, en su presencia.
¿Sabías que a los 4 años podía decir si un instrumento estaba desafinado y a los 8 años escribió su primera sinfonía?
Quizás las implacables huellas del tiempo no permitan demostrar si sus peculiaridades se debían a un trastorno neurológico o simplemente se trataba de un excéntrico niño prodigio con un don para la música, cuyo perfeccionismo lo llevó al éxito. Lo que si es evidente es la trascendencia y riqueza inigualable de su arte musical que ha llegado hasta nuestros días e incluso ha propiciado la polémica de que escucharla, podría afectar nuestras conexiones cerebrales y volvernos más inteligentes.
Dos años después la revista Nature publicó una investigación de la Universidad de Wisconsin, donde los estudiantes universitarios escuchaban 10 minutos de una de sus obras antes del examen, evidenciándose posteriormente una mejora en las habilidades de razonamiento y en las puntuaciones. Estas conclusiones tuvieron un impacto a nivel global donde comenzaron a realizarse cambios sociales, incluso a nivel político. De hecho, hubo estados norteamericanos como el de Florida que aplicó una ley donde se exigía a las escuelas estatales escuchar su música a diario o el de Georgia, donde su gobernador incluyó en el presupuesto estatal 105 000 dólares para que cada niño nacido en un hospital tuviera un CD con música clásica. La industria musical adaptó los temas para lanzar productos dirigidos al público infantil. A su vez, se realizaron estudios sobre una mayor estimulación de las conexiones neuronales en hijos de madres que durante el embarazo escuchaban dicha música clásica.
Recientemente unos psicólogos de la Universidad de Viena han tratado de demostrar dicho fenómeno, llegando a la conclusión de que en el estudio publicado en 1993 por Nature lo que se evidencia es un sesgo al solo tener una muestra de 36 estudiantes y que no es la sonata de Mozart lo que realmente funciona, sino el estímulo en sí mismo. Afirman que da igual si se escucha a Bach u otra música clásica, ya que somos más eficientes cuando somos estimulados.
Aunque en la actualidad se ha derrumbado el concepto original del efecto Mozart, si está demostrado que la formación musical mejora el lenguaje y las habilidades auditivas. Con este fin se realizó una investigación en personas sin conocimiento del idioma mandarín, el cual se distingue de otras lenguas por transmitir el significado de las palabras basándose en el tono utilizado. Se separaron en dos grupos de personas, uno de músicos y otro sin formación musical. Posteriormente, se les registró la actividad del tallo cerebral (lugar donde se encuentran los núcleos auditivos que envían la información sensorial al área auditiva primaria de Heschl en la corteza temporal). Asombrosamente, en los músicos el tallo cerebral fue capaz de rastrear la frecuencia exacta mientras escuchaban los cambios del tono mandarín, mientras que el otro grupo no logró sincronizarse con la frecuencia que escuchaba. De esto se traduce que los músicos son mejores en discriminar entre las sílabas y tonos del mandarín.
Clásicamente se ha asociado a la música como una de las funciones creativas de las que se encarga el hemisferio cerebral derecho. Sin embargo, tocar un instrumento requiere la integración compleja de múltiples circuitos neuronales de diferentes áreas asociativas de la memoria, atención, función ejecutiva, control motor fino y la audición. Así mismo, se ha demostrado una interrelación directa entre el procesamiento neuronal de la música y del lenguaje. Por lo que la formación musical podría ayudar a niños con discapacidades en el lenguaje como la dislexia (dificultad para leer al no poder transformar las letras de una palabra en sonidos). Apoyando esto, se ha demostrado que los músicos discriminan más fácil las palabras en un ambiente ruidoso, lo cual sugiere que la habilidad musical en los niños podría ser beneficio en su aprendizaje.
Aunque escuchar las sonatas clásicas del compositor austriaco no nos vuelve más inteligentes, si tiene un efecto relajante al presentar frecuencias de ondas bajas muy similares a los sonidos de la naturaleza. Esto ejerce beneficios positivos sobre la actividad cerebral en términos de estado de ánimo, relajación, concentración y conciliación del sueño; los cuales son los elementos esenciales para lograr un ambiente ideal que nos permita aprovechar al máximo nuestras habilidades cognitivas innatas.